LA HOSPITALIDAD, EN UN TIEMPO DE BUSQUEDA DE RENOVACIÓN

 

 

INTRODUCCIÓN

 

 

Nuestro carisma mjmj, nos lleva a mirar este mundo actual desde la perspectiva de la Sagrada Escritura. En ella descubrimos a un Dios que se abaja y acompaña todas las situaciones humanas: un Dios nómada que para acompañar a Abraham desciende y pide hospitalidad en su propia casa; el Dios que acompaña al pueblo en el desierto y como un extranjero más tiene que defender su identidad y hacer valer sus derechos  en medio de los dioses de los pueblos cananeos, un Dios encarnado en nuestra misma condición humana pidiendo posada para poder poner su tienda entre nosotros, porque ha querido formar parte de nuestra familia, o más exactamente, porque ha querido descender hasta nosotros para albergarnos en su Vida y, por su gran hospitalidad, ahora formamos parte de la familia de Dios.

 

La movilidad  actual sitúa a millones de hombres y mujeres fuera de su hogar, viviendo diversas situaciones de extrañeza, también nuestra movilidad interna nos saca muchas veces de nuestras propias fronteras y sentimos la necesidad de ser acogidos más allá de nuestra realidad, frente a esto nuestro carisma mjmj nos hace portadores de una cultura de hospitalidad, porque nos sabemos todos familia de Dios. Nuestras comunidades religiosas pintadas hoy más que nunca con el bonito colorido de la interculturalidad, nuestros grupos de asociados nacidos en varios países, se convierten en un referente privilegiado para practicar la hospitalidad: abrir la puerta del corazón al que se presenta, aunque venga con acento extraño, sino es con otra lengua, cultura o religión; ensanchar nuestra mesa y nuestras comunidades para la acogida al que llega nos va entrenando para el diálogo con el distinto; hacer el esfuerzo por comunicarnos con el que tiene un credo distinto al nuestro, es sólo cuestión de acogida; salir de nuestro entorno cerrado y disponernos a compartir la vida y saber crear un espacio donde todos tengan cabida es nuestro reto y se convierte en lenguaje inteligible para una nueva sociedad plural donde se hace urgente revivir las señales del Dios que desciende y acompaña, que hoy, como en otros tiempos nos llama a ser vínculo de acogida  con todo el que llega excluido y sin “papeles” .

 

 

 

I.  DIOS SE MANIFIESTA CON SEÑALES DE CERCANA HOSPITALIDAD

 

 

1. La hospitalidad lugar de encuentro con el  Dios que desciende y acompaña.

 

Podemos albergar a Dios en nuestra vida porque él nos ha albergado primero, desde antiguo se ha manifestado como un Dios cercano con deseo de vincularse con el ser humano en alianza, se ha abajado hasta lo ilimitado, llamando constantemente a nuestra puerta. El hospeda a Abraham primero en su propia intimidad, y con él se hace nómada, su amor y cercanía por Abraham le lleva a presentarse con rostro humano, acercarse a su tienda y hacerse necesitado de su hospitalidad,  se hace así posibilidad de cercanía para todo ser humano. El ser humano en el desierto se sabe necesitado de acogida, y va creando una leyes de hospitalidad necesarias para su subsistencia, pero ahora la hospitalidad va más allá de lo antropológico, tiene un fundamento religioso, Israel va uniendo así su experiencia nómada a la de sentirse objeto de la hospitalidad de Dios, y va creando una conciencia de ser bendecido a través de la hospitalidad (Gen 18,1-15).

 

En la acogida del otro, Dios se hace presente, personalmente o por medio de sus bendiciones, diferentes experiencias van conduciendo al pueblo a tener conciencia de sentirse acogido y amado por Dios con señales de especial cercanía y ternura,  es el Dios que se hace huésped y hospedero del hombre: la viuda de Sarepta que dio a Elías todo lo que tenía para sobrevivir (1Re 17,8-16), la prostituta de Rahab que arriesgó su vida al esconder a los exploradores enviados por Josué, y fue bendecida con la protección y la gracia (Jos 2,1-4), son algunos de los ejemplos que manifiestan como el huésped trae, como recompensa a la hospitalidad, un don de parte de Dios. La hospitalidad pasa a ser algo sagrado, se desarrolla con una ritualidad y se convierte en  espacio de culto a Dios, acogida de Dios mismo o de su mensajero,  y por medio de la bendición se prolonga hasta la vida: en el hijo esperado, en la alcuza de aceite y la harina que no se acaba, en la vida que se salva (Lot, Rahab).

 

El pueblo poco a poco se va reconociendo objeto de especial bendición de Dios  ¡¡el es su pueblo!! se vive especialmente aliado con Dios: en alianza,  ¡¡Dios le ha albergado en su bondad!!, se ha mostrado favorable con ellos, son el pueblo de su heredad, familia de Dios: expresión máxima de hospitalidad, y a través de estas experiencias se va tejiendo una espiritualidad.

 

Dios tiene una manera de mostrarse: es tan hospitalario como un buen pastor con su rebaño (Sal 23), lo acoge en su morada (Sal 27,5),  lo guía y le manifiesta un amor más sólido que el de un padre o una madre, hasta llegar a la convicción de que aunque mi padre y mi madre me  abandonen, Yahvé me acogerá  (Sal 27,10). Es el Dios de la alianza, un Dios vinculado que educa personalmente a su pueblo,  en su pedagogía les va conduciendo por el desierto, en éxodo constante: Egipto, el desierto, la diáspora…le hacen pasar la experiencia de ser extranjero, pero en todas estas situaciones él acompaña y se muestra solidario, es pedagogía para que el pueblo también aprenda a practicar la hospitalidad: exhorta a abrir la puerta a los peregrinos (Is 58,7) a garantizarles los derechos fundamentales, darles alojamiento, pan, vestido así el pueblo va tejiendo una leyes o códigos legales de hospitalidad y acogida hacia el forastero, la viuda, y el necesitado.  

 

El motivo religioso, y el recuerdo de la propia experiencia hacen de la hospitalidad un credo y una obligación (Dt 26,5-9), un personaje bíblico de los estudiados en clase que para mí mejor encarna esta situación como actitud interna y también como beneficiaria es Ruth, sujeto de doble discriminación: mujer y extranjera, tras haber pasado a formar parte de la familia de Noemí  y enviudar, puede quedarse en su tierra, igual que su cuñada, pero su deber de acogida hacia su suegra que se queda sola, le lleva a adherirse totalmente con ella, sale hacia una tierra extraña y por amor a Noemí se convierte en una extranjera: Ruth ha acogido a Noemí hasta el extremo, vaciarse de sí para posibilitar la existencia de los demás, es la máxima expresión de hospitalidad, se trata de la acogida desde el corazón que puede practicarse con el otro aun sin tener  casa, tierra, ni patria; acogida interna que se expresa en acogida externa: donde tu vayas yo iré, donde tú habites habitaré, tu pueblo será mi pueblo, tu Dios será mi Dios, donde tú mueras moriré (Rt 1,16-17)  adhesión total en vida y muerte, una hospitalidad así ha de ser bendecida por Dios, Booz la toma por esposa y Ruth, mujer viuda y extranjera entra a formar parte de la genealogía de Jesús. La riqueza más grande y también el mayor riesgo de la hospitalidad consisten en vincularse con el otro/otra hasta el desafío de perder la propia identidad para pasar a ser alguien distinto. El otro/otra no me deja indiferente, me obliga a establecer nuevos diálogos que afectan a mis credos, a ponerme en situación oferente, lo que afecta a mis “posesiones internas”, en definitiva la hospitalidad es un misterio de encarnación que tiene que ver con la llegada de un Reino que establece nuevas relaciones humanas, donde el amor, la ternura y al acogida hacia el otro, especialmente hacia el otro en situación de necesidad, se convierte en sacramento del amor, la ternura y cercanía de Dios.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         

 

2. Hospitalidad de brazos abiertos: un Anfitrión que se alberga en nuestro seno.

 

La Buena Noticia de Jesús, y  su anuncio de la llegada del Reino se abre y se cierra, en un futuro escatológico, con una llamada a la hospitalidad: pide ser acogido en el seno de una mujer (Lc 1,26-38) y se presenta en la apocalíptica como aquel que llama a la puerta pidiendo posada para entrar a cenar  (Ap 3,20). A lo largo de los evangelios toda la vida de Jesús puede ser vista bajo el prisma de la hospitalidad: durante su ministerio le pide a Zaqueo que abra las puertas de su casa (Lc19,5-10), se hospeda en casa de Pedro (Mt 8,14-15) come con los publicanos y pecadores en casa de Leví (Mc 2,15), acepta la invitación para comer con Simón, el fariseo (Lc 7,36-50) cena con sus amigos en Betania (Jn 12,1-2), después de su muerte se hace el encontradizo con los discípulos de Emaus, que le invitan a cenar (Lc 24,28-30). Se presenta como huésped también como un perfecto Anfitrión de mesa siempre puesta, recibe a todos/as en su casa, y busca un puesto para cada uno/a (Jn 14,2) nos abre personalmente la puerta (Jn 10,9) nos abraza (Lc 15) lava nuestros pies (Jn 13,8) cura nuestras heridas, calma nuestra sed (Jn 7,37), prepara la mesa y la fiesta, y nos agasaja con el don de una vida en abundancia (Jn 10,10).

 

El primer encuentro grabado en la mente de los discípulos es la hospitalidad que reciben en casa de Jesús: vieron dónde vivía y se quedaron con él (Jn1,35-39), comida casa y hospitalidad son los grandes símbolos del Reino de Dios, Reino que se describe como un gran banquete, donde lo central es una mesa abierta a todos, pero especialmente acogedora a pecadores y publicanos, a todos los excluidos, favoritos del Reino. Establece un nuevo código legal de hospitalidad, las bienaventuranzas, y una nueva interpretación del mandamiento del amor que nivela amor al prójimo al mismo nivel del amor a Dios (Mc 12, 28-33), aún más vincula indisolublemente amor a Dios-prójimo, que se expresa en hospitalidad con todos  (Mt 25,31-46) fundamentando así la hospitalidad como expresión máxima del mandamiento del amor: porque cuanto hicisteis por uno de estos más pequeños,  conmigo lo hicisteis, es la dinámica inclusiva del amor, y es desde esta dinámica cobra todo su significado la hospitalidad cristiana.

 

            Practicar la acogida ya no es sólo recuerdo de la experiencia de un pueblo errante, que se sabe pueblo de Dios y mira a los otros pueblos de forma diferente, ahora se trata de superar toda diferencia y  ver en el otro el mismo rostro de Dios, encarnación continuada en cada uno de los que llaman a la puerta o están necesitados de atención: el modelo bíblico en esta nueva encarnación es Maria. Ella recibe a Dios en su seno, en su intimidad más profunda, es la acogida desde dentro, desde la entraña, se trata de entrañarse con el otro, desde la hondura y la profundidad, no se trata de ofrecer recursos externos sólo, o de acoger en tu propia casa un huésped,  al fin y al cabo término para designar a un distinto, sino de entrañarlo en tu propio seno, hacerlo miembro de tu propia familia, porque somos seguidores de un Dios que antes se ha encarnado en el seno de María, y  por su entrañable misericordia (Lc 1,78) nos ha hecho a todos hijos, miembros de su familia, donde ya no hay extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Ef 2,19) en cada hombre y mujer se encarna un nuevo rostro humano de Dios. Dios nos prepara la pertenencia a una nueva forma de vivir, con una nueva ciudadanía ¡¡somos portadores de una cultura universal, miembros de una nueva familia que nos posibilita la apertura a una hospitalidad universal!!

 

            El episodio de Pentecostés  nos abre y prepara para esta universalidad, habla de un lenguaje universal, concentración de personas de todas las naciones (Hch 2,1-11) y de superación de barreras religiosas (Hch 10,45). Encarnar hoy este lenguaje es posible desde la hospitalidad y la solidaridad compasiva, lenguaje que todo el mundo entiende, pero sólo posible de practicar desde la experiencia del Espíritu que es quien nos posibilita que podamos entender este nuevo concepto de ciudadanía, vivir desde esta actitud de acogida y sabernos portadores de una nueva cultura de “familia universal”

           

                                                                                                                                                                                     

II.  HOSPITALIDAD: SEÑA DE IDENTIDAD DE UNA FAMILIA UNIVERSAL

 

1. La hospitalidad nos hace reconocernos Iglesia Universal

 

Todo no es hospitalidad en la Iglesia primitiva, las primeras comunidades tendrán que ir pasando todo un proceso de transformación para comprender la Buena Noticia de ser familia universal, transformación que no se da en todas las comunidades, ni tampoco al mismo tiempo, a veces hospitalidad y hostilidad caminan de la mano, es la misma realidad de la Iglesia actual. Pablo judío radical cerrado a lo diferente por la acción del Espíritu es capaz de abrirse a esta universalidad y romper barreras (1Co 9,22), pero ¿es esta la misma dinámica de las comunidades de Jerusalén, centro oficial?, circuncisión y no circuncisión, alimentos puros e impuros, judíos y gentiles son temas de discusión en el libro de los hechos y en las primeras cartas. Pentecostés deja de ser acontecimiento permanente en algunas comunidades, y los gentiles a veces son situados en los márgenes de la Iglesia, sentirse  pueblo de Dios privilegiado y cerrarse al extraño era una tentación que aún no está superada en nuestras comunidades eclesiales.

 

Frente a esta realidad hay comunidades que se dejan llevar por la novedad del Espíritu, comunidades en las que en seguimiento del Resucitado rompe las fronteras entonces existentes, la experiencia fundante de haber sido visitados por Dios les lleva a practicar el amor más allá de su grupo, a visitar y acoger al extraño, al diferente, al necesitado social y practicar una nueva hospitalidad porque en Jesús se ha inaugurado una nueva forma de entrañarse con los otros: cercanos y lejanos, conocidos y extraños. El Hijo amado hace de nosotros una nueva humanidad: sabernos hijos en el Hijo, amados de forma singular hace a las comunidades cristianas amar más allá de su grupo, y puesto que de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia (Jn 1,16) los seguidores del Resucitado se inician ahora en las sendas de la acogida incondicional, de la gratuidad para ofrecer cobijo comida y seguridad a hermanos y hermanas itinerantes, a mendigos, necesitados, incluso a pecadores y enemigos, es un movimiento de salida, que es movimiento del Dios trascendente que antes se ha regalado como amor. La hermandad es principal fuerza de cohesión de estas comunidades, el ejercicio de la hospitalidad vivirá siempre de esta memoria (Heb 13,2), haciendo memoria de haber sido visitadas por Dios ahora su hospitalidad aparece como una manera de manifestar el amor y una manera de hacer creíble la fe, el cristianismo en estas comunidades va tejiendo la conciencia de una nueva identidad común razón de su hospitalidad. Esta nueva identidad les hace miembros de pleno derecho de una nueva ciudadanía, miembros de una nueva familia y habitantes de una misma patria fundamentada sobre Cristo (Ef 2, 11-22).

 

La creencia en Jesús inaugura para siempre una sola humanidad nueva, con un sistema de creencias y valores alternativos que han de desafiar los que imperan, y reinterpreta cualquier poder que legitime diferencias excluyentes y jerarquías dominadoras; el cristianismo se presenta como una nueva cultura que nos lleva a vivir reconciliados y unidos en comunidades donde no hay exclusión, se vive desde la igualdad y se practica la hospitalidad. Vivir desde esta realidad es algo provocativo, pero también se convierte para nuestras propias comunidades en criterio de discernimiento que nos permiten ahondar en el sentido que mueve nuestro actuar (Flp 1,8)

 

Hoy nos es necesario nuevamente inculturar el cristianismo, hacernos conscientes de que esta sola humanidad nueva sigue siendo vigente para el creyente en Cristo, hoy más que nunca los medios nos ofrecen los datos estadísticos de la pobreza creciente y de la movilidad humana, nuevos itinerantes que llaman a nuestras comunidades y nos cuestionan si nuestra familiaridad cristiana es inclusiva y universal, si nos sabemos aún visitados entrañablemente por Dios y esto nos hace ponernos de parte de los “visitantes” que irrumpen en nuestras calles cada día  y nos cuestiona si todavía es el amor lo que mueve y da sentido a nuestro diario actuar, y si desde nuestra realidad estamos trabajando por tejer, desde la hospitalidad, esta nueva ciudadanía que brota del considerarnos familia universal.

 

 

2. El Espíritu Santo nos visita  con la variedad de sus carismas.

 

La apertura a esta  espiritualidad en clave de hospitalidad se realiza desde una pluralidad  de carismas y dones dentro y fuera de la Iglesia , participar de un carisma es también otra forma de sentirse visitado por el Espíritu y urgido a practicar la hospitalidad. Dentro de las comunidades que han intentado tomar como opción de vida la hospitalidad entendida como ejercicio de la acogida al otro en necesidad, se sitúa nuestra familia mjmj

 

Nuestro carisma, en su dimensión apostólica consiste en evangelizar y acoger desde la misericordia, en actitud de servicio y entrega incondicional a los pobres y más necesitados, siendo pobre entre los pobres, viviendo en fraternidad y estando abiertas a los signos de los tiempos con flexividad y apertura (Dir 2).

 

Entre los rasgos espirituales que nos definen señalamos: compartir la vida en cercanía y fraternidad con todos expresando nuestro estilo familiar como igualdad, sencillez, alegría y acogida, al estilo de la sagrada Familia (Dir 64).

 

La dimensión de familia Universal esta expresada en las Constituciones, donde se señala que el amor y la fraternidad hacia los hermanos se valoran sobre todos los bienes del mundo (Const 69), y se nos pide un corazón abierto que abarque la universalidad de la Iglesia y la diversidad de los pueblos, así podremos ser ese “fermento en la masa que Cristo y la Iglesia esperan” (Const 98).

 

 Refiriéndose al estilo que deben tener nuestras fraternidades: Nuestras comunidades serán sencillas y abiertas para que todos los que nos rodean se sientan cercanos a nosotras. Se distinguirán por la hospitalidad y acogida, manifestada de modo especial con nuestras hermanas. Esta hospitalidad será reflejo de nuestro carisma (Dir 82)

 

Nuestra historia congregacional inicia en la posguerra española, un grupo de jóvenes en su mayoría de acción católica se desplazan a Madrid para trabajar en los suburbios, a su llegada necesitan acogida, no tienen nada, la hospitalidad de las personas les ayudan a salir adelante, un  movimiento de mutua ayuda inicia esta obra en la que el sentimiento de familia común expresada desde una mutua hospitalidad nos marcan como señales de identidad. 

 

Discernir hoy nuestra fidelidad al proyecto fundacional es importante, revivir la fuerza carismática de los orígenes, comprender que la hospitalidad desde la acogida  familiar al que llega, hoy plantea nuevos retos que son también retos para la Iglesia actual, desde los cuales recrear una nueva evangelización en clave de hospitalidad.

 

 

III.  MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS

 

1. Entender la hospitalidad en claves actuales

 

Acoger desde la hospitalidad es hoy un desafío muy grande, quizá no podamos, desde nuestro nivel, instaurar una nueva ética planetaria, pero en mi alrededor cercano puedo hacer otro mundo posible si, teniendo en cuenta mi identidad cristiana que me hace portadora de una nueva ciudadanía en la que todos somos familia universal y sujetos de iguales derechos, genero relaciones de mutua acogida y hospitalidad. La dinámica inclusiva del amor cambia nuestras relaciones humanas y se presenta como nuevo desafío a nuestra evangelización: cuántos recursos están guardados en nuestras instituciones, cerrados a los demás, cuántas veces el otro/a nos incomoda, se nos presenta como amenaza y es atendido con límites, desde los mínimos que acallan nuestra conciencia, pero en la realidad estamos lejos de darle un tratamiento de hermano/a, de sentirlo miembro entrañable de nuestra familia.

 

 Entender hoy la hospitalidad nos urge a una seria renovación de nuestras instituciones religiosas, en la que es importante escuchar la nueva espiritualidad que emerge y a través de la cual el Espíritu nos moviliza en esta nueva época. Entender la hospitalidad en claves actuales se nos presenta como un desafío importante, porque en definitiva en ello nos jugamos la actualización de nuestra misión, que entendida desde nuestro carisma de acogida, hoy no puede ser vivida como en otras épocas históricas ya pasadas, sino con los retos que nos presenta el tiempo actual:

 

·        El reto de la pluralidad.

 

No basta con recibir al otro en mi espacio es necesario acoger la diferencia del otro, y desde su diferencia y la mía posibilitar, desde la acogida, el vínculo, ya que Dios no hace acepción de personas (Hch 10,34-35) Dios se presenta como un Dios universal, de todos los hombres y naciones, el está más allá de nuestros parámetros, vivimos en un contexto de pluralidad, Dios hoy nos visita desde el extraño que llega.

 

La conciencia de universalidad de la Iglesia desde el principio nos llevó a inculturarnos en distintos países de culturas muy distintas, creando una rica pluralidad de comunidades. La pluralidad se plantea por tanto hoy como un reto a la hora de abrir nuestras comunidades a un lenguaje más universal e inclusivo con todos, desde la hospitalidad cercana con el que llega, sea de la condición que sea. La pluralidad se tiene que manifestar abiertamente en nuestras comunidades a hora de rezar, cantar, dialogar, y ser capaces de superar la rigidez institucional que afecta a nuestras relaciones con el otro. El reto de la pluralidad se presenta como un largo quehacer interno, en el que necesitamos ser ayudados por el otro que llega, por el distinto, abriéndonos al calor de las relaciones humanas y dejándonos transformar por él.

 

·        El camino del ecumenismo:

 

Ela Gandhi tras su participación en el parlamento de las religiones  Barcelona 2004 señalaba: “cuanto más abierta sea nuestra sociedad, más aprenderemos unos de los otros, más nos respetaremos y podrá existir mayor armonía. Ello no significa que cada cual deba abandonar su propia religión y adoptar la del otro. En el mundo hay diversidad y todas las religiones aportan algo a esta diversidad. Pero, en el fondo, todos creemos en Dios o en algo que da un significado a nuestra vida. Sin embargo, se necesita más comprensión, más respeto entre las diferentes religiones. Cuando conoces a alguien que practica una religión que desconocías empiezas a entender aquello en lo que cree y a menudo compruebas que comparte contigo los mismos valores, que tan sólo el culto es diferente”.

 

La movilidad humana hace hoy que las diferentes religiones se entrecrucen, la hospitalidad ejercida en clave ecuménica nos hace reconocer la universalidad de Dios que se manifiesta desde las diferentes religiones con una riqueza de salvación más allá de nuestros límites. Desde el camino del ecumenismo descubrimos en el que llega que, más allá de su creencia, está el rostro humano de Dios mismo, su presencia entre personas de otras tradiciones  y religiones forma parte también de nuestro credo (Mt 25), por tanto hoy no se trata de ejercer una evangelización que intente convertir al otro o mirarle desde una mentalidad pasada que afirmaba la superioridad de nuestra fe.

 

Este no es un camino fácil, diversas prácticas culturales están entrelazadas con nuestros diferentes credos, y no toda práctica cultural es humanizadora, aquí se trata también de seguir un camino de discernimiento, difícil, que no se puede hacer aisladamente, lo que tiene que situar a nuestras comunidades en red y en misión compartida, para ayudarnos en el discernimiento. En el encuentro con el otro es importante cuidar que se afirme siempre la primacía de lo humano, por encima de prácticas religiosas que puedan atentar contra la dignidad de cualquier grupo, por ejemplo la dignidad de la mujer, y nuestra acogida tendrá que ser siempre preferencial hacia todos aquellos que se encuentren en una situación especialmente  vulnerable.

 

·        La conciencia profética

 

El profetismo, identificado como hombre o mujer de Dios, don del Espíritu. No creo que se ejerza nunca un sano profetismo al margen del Dios Abbá, padre-madre de todos. Se trata de ser profetas de esperanza, no desde posiciones negativas que no ayudan a la instauración del Reino, o sólo promueven la crítica de la palabra, sino que nuestra misión de acogida nos mueve a sentir desde dentro de nuestras comunidades, el pathos de Dios por su pueblo, desde aquí se hace necesario despertar nuestra conciencia de ser comunidades proféticas, en medio de un mundo sin alrededores, donde la exclusión se sitúa en medio de nosotros y tenemos el peligro de acostumbrarnos a ello,  porque forma parte del paisaje de cada día.

 

En medio de esto nuestras comunidades están llamadas a ser proféticas, a sentir la compasión de Dios por su gente, a ser conscientes de que hay hostilidades racistas junto a nosotros y no podemos participar en ello: las prácticas discriminatorias que sufren los emigrantes en el mercado laboral, condiciones inferiores en todos los ámbitos: laboral, cultural, de participación ciudadana; frente al racismo institucional podemos tomar postura, desde nuestra hospitalidad activa, que conlleva también promover una sociedad hospitalaria que llegue al reconocimiento de igualdad de derechos y otorgación de ciudadanía. En este sentido también la comunidad profética se convierte en comunidad utópica que promueva la utopía

 

 

 

CONCLUSIÓN:  

 

 

Vivir en clave de hospitalidad es encarnarnuestra espiritualidad en nuestra misión mjmj, espiritualidad que se fundamenta en haber sido graciosa y amorosamente hospedados por Dios, experiencia que cambió nuestra vida, El nos ha recibido en su seno y nos ha hecho a todos hijos en el Hijo, hemos pasado a formar parte de la familia de Dios, esto nos aporta una nueva identidad, y nos hace a todos miembros de pleno derecho de una nueva ciudadanía, al margen del color de la piel, el acento, la lengua, más allá de la religión que se profese y de la propia ritualidad personal, seamos hombre o mujer, payos o gitanos, sea cual fuere nuestra cultura, vengamos de fuera o de dentro, todos formamos una nueva familia universal y somos habitantes de una misma patria fundamentada sobre Cristo (Ef 2, 11-22). Cultura de Hospitalidad que genere una sola humanidad nueva, entonces el Reino empezará a ser una realidad y Dios lo será todo en todos.  No  seremos de verdad cien por cien cristianos hasta que no nos miremos y sintamos como una gran  familia, en la que anhelemos sentarnos todos en una gran mesa común, ojala que desde aquí adquieran nueva vida y se llenen de sentido universal cada día nuestras Eucaristías.

 

 

Mª Isabel Aguado

Madrid 2007